La escalada de violencia y muertes pone en alerta a Río
Julho, 2017
O Rio de Janeiro continua lindo… Pero cada vez más peligroso. Cuando faltan pocos días para que empiecen las vacaciones de invierno, una ola de violencia ha dejado numerosos inocentes muertos y heridos por balas perdidas y ataques en la ciudad carioca.
Dos semanas atrás, en uno de los ya casi diarios enfrentamientos entre policías y narcotraficantes en las favelas del Morro do Cantagalo, entre los turísticos barrios de Copacabana e Ipanema, el portero Fabio Franco, de 39 años, murió tras recibir un balazo mientras tomaba una cerveza afuera de un bar; otros cuatro hombres resultaron heridos. Dos días después, en un mercado de Duque de Caxias, la ama de casa Claudineia dos Santos Melo (29), embarazada de nueve meses, resultó herida por un proyectil que le pegó en su vientre. Debió ser sometida a una cesárea de emergencia y su bebe, Arthur, nació parapléjico por el impacto.
Según los últimos datos del Instituto de Seguridad Pública del gobierno de Río, entre enero y mayo de este año hubo 2329 homicidios en el estado, lo que representa un aumento del 11% en relación al mismo período de 2016. Ya en comparación entre mayo y abril de este mismo año, el alza fue del 15%. Los números de junio aún no estaban condensados, pero a juzgar por las noticias diarias, la tendencia ha ido in crescendo. De acuerdo con un registro que hizo el diario O Globo, en lo que va del año hubo 634 víctimas de balas perdidas, de las cuales 67 murieron.
“Los tiroteos y los casos de bala perdida están en aumento. El recrudecimiento de la criminalidad y de la violencia es un efecto natural de los problemas financieros que atraviesa el estado de Río en particular, y de la crisis económica, política y social que se vive en todo el país”, reconoció a LA NACION el mayor Iván Blaz, vocero de la policía militar estatal, que explicó que la institución de 45.000 efectivos no tiene recursos suficientes para patrullajes, equipos y el pago de horas extras.
“El estado de Río sufre una resaca masiva tras el Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, así como por el fin del boom de commodities[especialmente del petróleo, principal fuente de ingresos del estado], que empezó en los comienzos de la década de 2000. El estado tiene hoy un gigantesco agujero financiero y no se ve una forma clara para que las autoridades puedan salir de él como hicieron entre 2008 y 2013″, señaló Robert Muggah, director de investigaciones del Instituto Igarapé, especializado en temas de seguridad pública.
Esta situación llevó a que los grupos narcotraficantes que operan en la zona -Comando Vermelho, Amigos dos Amigos y Terceiro Comando Puro- busquen retomar territorios en las favelas que antes dominaban, de las cuales fueron expulsados desde 2008 por el programa de Unidades de Policía Pacificadora (UPP), hoy sin inversión y en retroceso. También se aprovechó de la crisis el mayor grupo criminal del país, el Primeiro Comando da Capital (PCC), originario de San Pablo, ahora en abierta guerra con el Comando Vermelho.
Para Blaz, el escenario se agrava con la falta de controles en la fronteras -sobre todo en el límite con Paraguay-, por donde entran cada vez más armas (en lo que va del año ya se aprehendieron unos 200 fusiles), y por las leyes “laxas” que permiten la rápida salida de criminales de las cárceles.
Así, después de una exitosa reducción en la tasa de homicidios de más del 40% entre 2008 y 2015, hoy el panorama en Río es muy deprimente y no se ve una solución rápida con el horizonte político tan convulsionado que tiene Brasil debido a las acusaciones de corrupción contra el presidente Michel Temer.
“Lo que se necesita de manera urgente en el corto plazo es una intervención policial federal. Específicamente, el gobierno federal debería establecer una fuerza de tareas compuesta por policías federales y fiscales que se desplieguen de forma semi permanente en Río. Su objetivo debería ser desmantelar las estructuras del crimen organizado, rastrear y procesar los crímenes relacionados con las armas”, señaló Muggah.