En crimen y violencia, debemos aprender de los éxitos de América Latina
Es oficial. América Latina es la región más violenta del mundo, y sus números son alarmantes. Ocho de los diez países con más homicidios en el mundo son de nuestra región, como asimismo 47 de las 50 ciudades más violentas. Y como el problema tiende a empeorarse, no sorprende que uno de cada tres adultos Latinoamericanos considera el crimen y la violencia como el tema de mayor prioridad.
Pero no todas las ciudades viven la misma realidad. En América Central hay condiciones que se asemejan a zonas en guerra. El país con más violencia en el mundo sin estar en un conflicto bélico es El Salvador, con un 116 homicidios por cada 100.000 habitantes, y la tasa sube a 188 por 100.000 en su ciudad capital. Chile, en cambio, tiene una tasa de homicidios de menos de 3 por 100.000 y la ciudad de La Serena le hace honor a su nombre, llevándose el galardón de ser la ciudad más segura de América Latina.
No siempre ha sido así. A pesar de guerras civiles y dictaduras que marcaron algunos países de nuestra región en décadas pasadas, la tasa de homicidios permaneció cerca del promedio mundial de 6 a 7 por cada 100.000. En años más recientes, la violencia homicida ha disminuido en otras partes del mundo, especialmente en Norteamérica y Europa Occidental. Con pocas excepciones, los asesinatos, asaltos y victimizaciones empeoraron en América Latina y América Central.
¿Qué explica la seguridad relativa de algunas ciudades por encima de otras? Hay muchos factores que lo explican. Uno de los más importantes es la inequidad. América Latina tiene 10 de los 15 países más desiguales del planeta. Hay una correlación positiva importante entre la inequidad económica y social, y la incidencia de violencia letal. Otros factores incluyen altas tasas de desempleo juvenil, la debilidad crónica de las instituciones de seguridad y justicia, y mucha urbanización no regulada.
Pero las noticias no son del todo malas. Hay ejemplos prometedores de algunos gobiernos, en especial algunos a nivel municipal, que se esfuerzan para dar un vuelco a la situación. Las actividades más interesantes están surgiendo a nivel de ciudades. Los alcaldes tienen el contacto más directo con sus electores, y gozan de espacios para tomar acciones de prevención, establecer prioridades y enfrentan consecuencias si los anuncios no se cumplen.
Un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo, el Instituto Igarapé y el World Economic Forum destaca algunas instancias exitosas. Las experiencias en 10 municipalidades que revisamos nos muestran que su éxito no es casual: están invirtiendo en prácticas que ya fueron comprobadas en su efectividad.
Algunas ciudades más violentas del mundo han tenido éxitos impresionantes. Tomen el caso de Bogotá, que entre 1995 y 2013 vio su tasa de homicidios disminuir en un 70 por ciento. Medellín tuvo una disminución aún más dramática, de más de 85 por ciento entre el 2002 y el 2014. Lo más impresionante fue la Ciudad Juárez, que vio su tasa de homicidio desmoronarse de 282 por 100.000 a apenas 18 entre el 2010 y el 2015.
Hay algunas lecciones sobre cómo diseñar programas que aumente la resistencia de las ciudades al crimen y la violencia.
En primer lugar, la seguridad pública y las políticas y programas de seguridad deben basarse en datos, en evidencia y con una orientación a la resolución de problemas. Increíblemente, menos del 6 por ciento de las medidas en el campo de inseguridad y justicia que se llevan a cabo en América Latina y el Caribe se basan en alguna evidencia concreta de su efectividad. Pero hay un mayor entendimiento que las estrategias basadas en información confiable y en tiempo real, que se fundamentan en prácticas científicas robustas (es decir, enfocadas en disuasión, terapia cognitiva de comportamiento, intervenciones en temprana edad), son esenciales.
Segundo, los servicios policiales y sociales deben enfocar su energía en gente, lugares y comportamientos de altos riesgos. El crimen se centra en focos altamente contagiosos. En muchas ciudades en la región, un poco más de la mitad de los homicidios ocurren en menos del 2 por ciento de las direcciones de calles. Apenas un pequeño número de personas son responsables de una parte desproporcionada del crimen y de la victimización. Si la prevención del crimen en la ciudad es la meta, entonces programas muy amplios no funcionan. Las prácticas policiales en zonas calientes junto con prevención social son mucho mejor.
Tercero, las autoridades en las ciudades deben empezar a explorar la manera de regular las drogas. La regulación no equivale a la legalización. Hay muchas opciones intermedias entre la prohibición y la legalización. Alcaldes a lo largo de América Latina y el Caribe están experimentando con la descriminalización del uso de drogas, estrategias para la reducción del daño, regulación del uso medicinal de la maruhuana, y incluso el estricto control del mercado de la marihuana con fines recreativos. La meta es poner el control en manos de los gobiernos, y no del crimen organizado.
Cuarto, es esencial que avancemos tanto en medidas de control como en los esfuerzos de cohesión social y en la mejora de zonas marginales. La generación de un sentido de responsabilidad compartida, de renovación urbana y vínculos entre los barrios ricos y pobres de las ciudades. Esto incluye opciones predecibles de transporte público, la restauración de parques recreacionales y la provisión de servicios de calidad.
El liderazgo está en el centro del renacimiento urbano, en especial en manos de los alcaldes, la comunidad de negocios y el sector sin fines de lucro. Donde hay recursos, un buen plan, métricas de éxito compartidas, es impresionante lo que las ciudades pueden lograr.
Por Robert Muggah e Ilona Szabó
Artigo de opinião publicado em 3 de junho de 2016
Sin Miedos