El acuerdo con las Farc nos da la posibilidad de construir la Colombia que queremos

rsz_1232Colombia acapara hoy titulares en todo el mundo. Se escuchan voces desde todos los rincones del globo y de Colombia celebrando la terminación del conflicto. Es una verdadera fiesta. En el parque que queda frente a mi casa -el de los hippies- (sí , el de la séptima donde se reúnen grupos de jóvenes y comunidades LGTBI) se reunieron cientos, miles de personas, a escuchar los discursos que marcaban la terminación de las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. El único día que vi el parque lleno de personas felices y con banderas fue cuando Colombia triunfaba en el Mundial de Brasil.

Es un día de verdadero júbilo. Se cierran formalmente las negociaciones para terminar el conflicto con las Farc. Desde que nací, incluso desde que mis padres eran muy niños, hemos vivido en un país en conflicto. Un país donde hay otros colombianos -que bajo un discurso de revolución– han ocupado todos los rincones del país tomando el lugar del estado, en todos los sentidos: desde proveer bienes y servicios hasta monopolizar el poder y la fuerza, pero también se han lucrado de rentas ilegales, desangrando violentamente década tras década este paraíso tropical. Pero esto no lo ha hecho sólo la guerrilla de las Farc, sino cerca de una decena de otros grupos guerrilleros (del que sobrevive el ELN), además de los grupos de paramilitares (los más crueles y sangrientos del conflicto) y otros grupos de criminalidad organizada.

Técnicamente Ayer se terminaron las negociaciones. El lunes inicia el cese al fuego. Ese día marcará el “Día D”, cuando comienza el proceso de desarme, desmovilización y reintegración. Pero le sigue algo vital: el 2 de octubre tomará lugar una votación histórica, en el cual los colombianos aprobaremos los acuerdos, dando paso a la completa implementación de éstos. Sin embargo, el camino no se ve claro. La población está ahora dividida en un 50/50, con una gran proporción de ciudadanos en contra de la negociación, o incluso en la indiferencia. Y no es que no quieran la paz, sino que dicen no estar dispuestos a aceptar que los guerrilleros no paguen cárcel, o que puedan eventualmente ser elegidos en puestos públicos. Hay desde mitos que dicen que “le están poniendo el país en bandeja de plata a la guerrilla”, que nos vamos a volver “un imperio castrochavista” hasta temores reales de la persecución a las izquierdas y la ocupación de los lugares que dejará la guerrilla por otros grupos armados aún más violentos. Esta es una polarización que no se aleja a la que vive actualmente Brasil o Venezuela, y que pensaría, comparte el mismo tipo de argumentos, y que se reducen al apoyo de determinados grupos políticos.

Personalmente: pienso que es un buen acuerdo, que debemos adherirlo y respaldarlo. Que se nutre con las experiencias de todos los acuerdos del mundo hasta el momento, además de la experiencia misma de Colombia, un país que ha sido mas estudiado que cualquier otro. Tengo la confianza que técnicamente es correcto y que es el camino para empezar a resolver los problemas del país. Ahora la guerrilla ya no es un grupo armado ilegal. Ya el Estado colombiano no tiene que gastar recursos en combatirla. Ahora el Estado puede encargarse de ocupar completamente nuestro vasto territorio, proveer bienes y servicios, garantizar el goce de todos los derechos de todos. Ya no existen excusas, ya no habrán territorios impenetrables. El Estado tiene que estar presente y actuar.

Sin embargo, el acuerdo no es la panacea. Con la firma no logramos “El último día de la guerra” o “La llegada de la paz” como gritan las voces híperpositivas. Solamente acordamos la terminación del conflicto con un grupo armado. El ELN se ha negado a subirse al bus. En Colombia aun rondan amenazantes grupos de paramilitares, así como de criminalidad organizada que se lucran de las riquezas naturales y minerales de nuestro país. En las ciudades, imperan altos niveles de criminalidad, así como de percepción de inseguridad. Colombia es y seguirá siendo un país impune, desigual, egoísta y excluyente, donde muchos no puede acceder a lo mínimo. Donde se persigue a los defensores de derechos humanos. Donde se señala a los que son diferentes.

No, el acuerdo con las FARC no es la paz de Colombia, pero sí nos da la posibilidad para empezar a construir el país que queremos.

Por Katherine Aguirre
Artigo de opinião publicado em 25 de agosto de 2016
Las 2 Orillas

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