Brasil, el país de las promesas

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Protestas sociales, corrupción y un estancamiento económico pesan sobre la nación sudamericana que prometía convertirse en una de las más fuertes del mundo

José Carreño Figueras

CIUDAD DE MÉXICO, 6 de abril.- Hace cuatro años el gobierno de Brasil anunciaba que era la sexta economía del mundo y anunciaba que para 2015 desbancaría a Francia del quinto lugar; sus diplomáticos negociaban con Irán y buscaban senderos distintos en Oriente Medio, el gobierno confrontaba a Estados Unidos, su armada buscaba formas de proyección de poder, como los portaaviones.

Todavía el 15 de junio de 2014, en Fortaleza, percibía a los otros integrantes del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y anunciaba con orgullo la creación de un nuevo Banco de Desarrollo, que desafiaría a las fuentes tradicionales de financiamiento. Pero el nuevo banco tendría la matriz en Shanghái, con China como principal capitalista.

Para ese momento ya las malas noticas eran parte del panorama brasileño: la economía trastabillaba ante la caída en los precios de las exportaciones de materias primas mientras afloraban escándalos por corrupción y dispendio, parte de ellos centrados en la construcción de estadios y obras con miras al Campeonato Mundial de Futbol realizado en 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

Brasil, el eterno país del mañana que nunca llega, es sacudido hoy por manifestaciones que protestan una complicada situación política y una difícil circunstancia traducida en un estancamiento económico.

Para algunos, como el periodista Paulo Sotero, director del Instituto Brasil del Wilson Center en Washington, el fenómeno es en parte político. Y se puede atribuir a la fatiga provocada por 30 años de reformas y avances tras la caída del régimen militar.

Los brasileños no cuestionan la democracia, dijo en un texto publicado en noviembre de 2014, pero buscan un mejor sistema de toma de decisiones y la superación de una política que no corresponde ya a las necesidades del país.

La economía creció menos de uno por ciento en 2014, mientras las construcciones hechas para el Campeonato Mundial de Futbol eran plagadas por costos excesivos y considerados como “elefantes blancos” con pocas esperanzas de recuperación o aprovechamiento de inversiones excepto los Juegos Olímpicos de 2016.

Las protestas por esas construcciones fueron azuzadas además por escándalos de corrupción en Petrobras, la empresa petrolera del estado cuyos funcionarios habrían “ayudado” liberalmente con fondos de la empresa a partidos políticos, en especial del gobernante Partido del Trabajo (PT).

El costo es estimado en por lo menos tres mil millones de dólares en desfalcos y mucho prestigio, interno y externo. Una estimación de la Fundaçao Getulio Vargas indicó que el costo directo e indirecto del escándalo podría llegar a 27 mil millones de dólares para este año.

Peor todavía, “una pregunta clave es cuánto y cuándo Dilma, que era ministra de Energía y miembro de la Junta de Directores de Petrobras, supo del escándalo”, comentó Melvyn Levitzky, exembajador de Estados Unidos en Brasil y ahora profesor de política internacional en la Escuela de Política Pública de Universidad de Michigan.

Fue el segundo gran escándalo de corrupción del PT en una década, luego que en 2005 brotó el del Mensalao, sobre la compra de votos en el Congreso mediante un estipendio mensual, que sacudió al gobierno del popular presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010).

Los dos escándalos exhibieron al PT “no como el abanderado de los trabajadores sino como un partido interesado en auto-perpetuarse con propósitos venales”, dijo Melvitzky.

Los escándalos han producido un debilitamiento del gobierno, que ahora enfrenta no sólo la oposición política sino un creciente escepticismo de sus partidos aliados en el Congreso, en lo que Guilherme Casaroes, conferencista sobre política internacional en la Fundaçao Getulio Vargas, definió como “un brote de ‘corran por su vida’”.

En señalamientos hechos al boletín Latin American Advisor del grupo Interamerican Dialogue de Washington, Casaroes hizo notar por un lado que uno de los aliados de Dilma, el Partido de Movimiento Democrático de Brasil (PMDB) de su vicepresidente Michel Temer, es considerado ahora como “el enemigo íntimo” de la Presidenta.

Al mismo tiempo, destacó que las investigaciones sobre corrupción pueden afectar a las gigantescas empresas de construcción brasileñas, que forman uno de los más prósperos sectores económicos del país y son parte no sólo del modelo de desarrollo adoptado por el gobierno hace más de una década sino de la estrategia internacional brasileña, en especial hacia África y Latinoamérica: la asistencia económica brasileña para la construcción de infraestructura está condicionada al uso de empresas brasileñas.

La situación obligó a la presidenta Dilma Rousseff, que comenzó en enero su segundo período de cuatro años, a poner toda su atención sobre temas domésticos.

Pero Rousseff es en alguna medida responsable de la situación. En octubre de 2014 Paulo Sotero la definió como “una tecnócrata sin experiencia política, elegida gracias a la inmensa popularidad de su antecesor”.

Hoy, Rousseff está en el punto más bajo de su Presidencia, con la aprobación de apenas 12% y llamados para reemplazarla.

Joaquim Levy, ministro de Economía, subrayó hace unos días que “creo hay un deseo genuino de la Presidenta de arreglar las cosas, a veces, no de la manera más fácil, no de la manera más efectiva, pero existe un deseo genuino”.

La versión, publicada por la Folha de Sao Paulo, causó un mini-escándalo que no fue a más, pero ocurrió apenas dos semanas después de que el gobierno enfrentara manifestaciones de protesta que reunieron hasta 1.7 millones de personas según cálculo de la policía, a lo largo y a lo ancho de Brasil.

Para complicar más las cosas eso ocurre al mismo tiempo que hay expresiones de descontento entre sus socios del Mercosur, donde China se convirtió ya en el mayor socio comercial de Argentina mientras Uruguay busca abiertamente reducir su dependencia de Argentina y Brasil.

De acuerdo con la BBC, la crisis se refleja en una pérdida de peso y de influencia global de Brasil, particularmente en América Latina.

Un análisis realizado por la BBC Brasil mostró que, “durante su primer mandato, Rousseff redujo casi a la mitad el tiempo dedicado a visitar otros países en comparación con el segundo gobierno de Lula”, consignó.

El problema, sin embargo, es mayor. Si los escándalos por corrupción han afectado la imagen del país, el retroceso del gobierno mismo respecto a la agresiva política exterior de su predecesor es simbolizado por la reducción presupuestal en el Ministerio de Asuntos Exteriores, de 3,300 millones de dólares en 2010 a 1,100 millones este año, indicó un análisis de Robert Muggah un especialista en seguridad y desarrollo en el Instituto Igarape, de Río de Janeiro, en el portal Open Democracy.

“La política exterior brasileña está en la oscuridad. Parte del problema es que los líderes están distraídos”, apuntó.

El sentimiento afecta de otra manera. Muggah recordó que “los diplomáticos del país eran caracterizados entre los mejores del mundo. Hoy, muchos de ellos están desmoralizados y buscando la salida”.

Hace cuatro años Brasil buscaba participar en la solución de los problemas de Oriente Medio  con posturas independientes y proyectaba su diplomacia en todas direcciones. Hoy, consignó Muggah, Brasil “es un enano diplomático”.

Pero la política exterior está vinculada con el comercio internacional y Brasil necesita exportar. “Brasil no puede ser un país importador, necesitamos ser exportadores vigorosos y nuestra estrategia de comercio es duplicar en unos años nuestras cifras de exportación”, dijo en septiembre pasado el entonces ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, Mauro Borges.

Pero palabras y opiniones como esa costaron a Brasil el recelo de sus presuntos aliados en América del sur y afectaron el liderazgo que algunos calificaban “de consenso” y otros de “a lo barato” que ejerció el gobierno de Lula da Silva, pero que Dilma Rousseff no pudo sostener.

Excelsior

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